Las enfermedades de la retina varían mucho, pero la mayoría causa síntomas visuales. Las enfermedades de la retina pueden afectar cualquier parte de la retina, que es una capa delgada de tejido de la pared trasera interna del ojo.
La retina contiene millones de células sensibles a la luz (bastoncillos y conos), así como otras neuronas que reciben y organizan la información visual. La retina envía esa información al cerebro a través del nervio óptico, el encargado de posibilitar la visión.
Se puede recibir tratamiento para algunas enfermedades de la retina. Según la enfermedad, los principales objetivos del tratamiento son detener o retrasar la enfermedad y conservar, mejorar o recuperar la visión. Sin tratamiento, algunas enfermedades de la retina pueden causar pérdida grave de la visión o ceguera.
La degeneración macular asociada a la edad (DMAE) es una enfermedad de la retina en la que se producen diversos cambios degenerativos en la parte central de la retina, denominada mácula. Las células de esta zona son las encargadas de la visión fina, de los detalles; gracias a ella podemos leer y distinguir las caras. Estos cambios por tanto pueden llevar a una visión central deficiente, impidiéndonos actividades como la lectura o la conducción.
Se denomina asociada a la edad porque aparece en personas de más de 50 años pero no es lo mismo que el envejecimiento normal de la retina por la edad.
Una persona que tenga DMAE puede notar por tanto alteraciones en la visión central, dificultad para la lectura y reconocimiento de caras y/o distorsión de las imágenes (metamorfopsia). No obstante, en las primeras etapas la visión puede ser completamente normal.
En los pacientes con DMAE el deterioro de la mácula se produce de forma progresiva pudiendo diferenciar en el momento del diagnóstico según la severidad entre una DMAE precoz o inicial, DMAE intermedia o DMAE tardía.
Existe otra clasificación, muy útil con vistas a la necesidad o no de rápido tratamiento, que es la diferenciación entre la forma seca y la forma húmeda:
Es la más común y representa alrededor del 85 por ciento de las personas que padecen la enfermedad. Las formas de DMAE precoz, intermedia y la mayoría de tardía pertenecen a esta forma. La pérdida visual es lenta y algunos pacientes pueden mantener visiones buenas durante mucho tiempo. Se llama seca porque “no hay líquido”. En algún momento puede convertirse en húmeda.
Afecta al 10-15 por ciento restante y constituye una parte de las DMAE tardías. La evolución es rápida y puede causar serios problemas de visión. Es causada por la formación de nuevos vasos sanguíneos debajo de la mácula (neovasos). Esos vasos sanguíneos son anormales, sangran fácilmente y pueden dejar escapar líquido debajo o dentro de la retina. Si esto persiste durante un tiempo, se forman cicatrices irreversibles, lo que conduce a una discapacidad visual por pérdida de la visión central, impidiéndonos actividades como la lectura o la conducción.
En primer lugar tratamiento preventivo. Aunque conocemos una base genética no modificable, diversos estudios muestran evidencia de que una buena alimentación, un poco de ejercicio regular y no fumar reduce la incidencia y progresión de esta enfermedad, aunque no la elimina.
En casos de DMAE intermedia se recomienda la toma diaria de fármacos antioxidantes, que ha demostrado reducir el avance a formas avanzadas.
Para la forma húmeda tenemos tratamientos para frenar la evolución y evitar la discapacidad visual. La detección y tratamiento inmediato es la clave. Se trata de un método que ha revolucionado el tratamiento de la DMAE húmeda en los últimos años como es la inyección de fármacos que inhiben el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos: los fármacos antiangiogénicos, como Lucentis o Eylea. Estos fármacos se deben administrar por el oftalmólogo según diferentes pautas, mediante inyección intravítrea.
Las personas con diabetes pueden tener una enfermedad ocular llamada retinopatía diabética. Esta enfermedad se produce porque los niveles altos de azúcar en la sangre con el tiempo causan daño a los vasos sanguíneos de la retina. Estos vasos sanguíneos dañados no funcionan bien, se dilatan (formando microaneurismas) y dejan escapar líquido dentro de la retina o debajo (edema macular diabético) y ocasionan hemorragias y depósitos (exudados). También pueden cerrarse e impedir que la sangre fluya (isquemia de la retina). La isquemia o falta de irrigación en la retina provoca la secreción de factores angiogénicos, esto es, que generan nuevos vasos sanguíneos pero estos son anormales (los llamamos neovasos), sangran con facilidad provocando hemorragias en vítreo y ocasionan cicatrización e incluso pueden llegar a desprender la retina. Todos estos cambios dejados a su evolución pueden hacerle perder la visión.
Los cambios en la retina se producen de forma progresiva, al inicio son leves y poco a poco pueden ir avanzando.
Al principio de este proceso, si la parte central de la retina no se afecta, puede que no ocasionen problemas visuales, pero es importante detectar esos cambios iniciales para poder actuar a tiempo.
Si se afecta la parte central de la retina (edema macular) usted notará alteraciones en la visión central: visión borrosa y dificultad para leer. En casos avanzados, si se produce una hemorragia en vítreo o un desprendimiento de retina la pérdida de visión puede ser muy severa y brusca. La detección en las fases iniciales de este problema es muy importante porque tenemos diversos tratamientos a aplicar antes que se ocasionen daños irreversibles en la retina.
Por ello, todos los diabéticos deben ser revisados una vez al año aunque no presenten ningún problema visual aparente. En caso de tener ya algún signo de retinopatía, dependiendo de la severidad de la misma se deberá iniciar algún tratamiento o realizar revisiones más frecuentes.
Una vez que ya aparece el problema, su tratamiento será diferente dependiendo de la severidad. Estas son algunas de las opciones de tratamiento:
Los anti-VEGF o antiangiogénicos (Eylea y Lucentis) ayudan a mejorar el daño de las paredes de los vasos y reducir el edema macular. Estos fármacos se deben administrar por el oftalmólogo según diferentes pautas, mediante inyección intravítrea.
Otra opción para disminuir el edema macular es el tratamiento con corticoides. Se suelen administrar en forma de inyecciones o implantes de mayor duración del efecto.
Su médico oftalmólogo le recomendará el plan de tratamiento adecuado a la severidad de su retinopatía.